jueves 25 abril, 2024
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De Maradona a Messi: el empeño del Barça de despedir mal a sus ídolos

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El equipo azulgrana acostumbra a las rupturas traumáticas con sus principales figuras. Maradona, Cruyff, Ronaldo Nazario o Figo abandonaron el club sin honores

Una maldición persigue al Barça. Siempre ha sido incapaz de brindar a sus grandes ídolos una despedida a la altura de todo lo que llegaron a significar para la entidad. El adiós de Leo Messi se sumará a una nutrida lista de estrellas que, por uno u otro motivo, terminaron abandonando el Camp Nou por la puerta de atrás, sin unos honores más que merecidos.

Hay demasiados. En 1984, sólo dos años después de desembarcar en el Camp Nou previo pago de 1.200 millones de pesetas, Diego Armando Maradona hacía las maletas para incorporarse al Nápoles. Una dura sanción de tres meses, por unos violentos incidentes en la final de Copa de 1983 ante el Athletic, y el hecho de que Josep Lluís Núñez, aparentemente, supiera ya de sus devaneos con sustancias estupefacientes precipitaron la salida del entonces mejor jugador del mundo.

Traumática fue también la marcha de Bernd Schuster. El choque del centrocampista alemán con Núñez tras su espantada al ser cambiado en la final de la Copa de Europa de 1986, en la que el Steaua se impondría por penaltis, fue el principio del fin. El equipo contaba con tres extranjeros más, Lineker, Hughes y Archibald, y sólo podía alinear dos. Se negó a renovar y después de la campaña 1987-88, con la carta de libertad bajo el brazo, se incorporó al Real Madrid.

El alemán, por muy poco, no estuvo a las órdenes de un Johan Cruyff que marcó la historia del Barça en las ocho temporadas en las que ocupó el banquillo del Camp Nou. Ganó la primera Copa de Europa de la historia del club, cuatro Ligas, una Recopa, una Copa del Rey, tres Supercopas y una Supercopa de Europa, pero su salida de la entidad, en 1996, fue problemática. El holandés fue despedido fulminantemente en la penúltima jornada de Liga, según desvelaría después Núñez, entre «sillas que volaban» y «mentando a los muertos». Ahí se forjó la última dicotomía que tanto ha marcado a un club condenado aparentemente al cainismo, la que divide a sus aficionados entre cruyffistas y nuñistas.

RONALDO DURÓ UNA TEMPORADA
Núñez no escatimó medios para armar un bloque muy competitivo para la temporada 1996-97. Pero su gran estrella, el brasileño Ronaldo Nazario, sólo le duró una temporada. El Barcelona pagó al PSV 2.000 millones de pesetas por hacerse con él y le impuso una cláusula de rescisión de 4.000 millones que, según creía, nadie estaría dispuesto a pagar. El brasileño, que tenía entonces sólo 19 años, rubricó una temporada de ensueño, con goles increíbles. Uno de ellos, de hecho, el que le marcó al Compostela, fue elegido por Nike para un anuncio publicitario. Aunque, inicialmente, pareció atar su continuidad, las exigencias económicas de sus agentes y el hecho de que al final pesara más la calculadora que el talento terminó con su marcha a un Inter que abonó gustoso la penalización por la ruptura de su contrato. Luego recalaría en el Real Madrid, como antes hizo Luis Figo, uno de los grandes traidores del barcelonismo, castigado con una cabeza de cochinillo.

La historia de Pep Guardiola es doblemente nefasto para el recuerdo de los culés. Como jugador, dejó la entidad de forma anodina, después de que se multiplicaran maliciosos rumores acerca de su salud y de su vida personal. Su marcha al Brescia llegó en 2001, después de que se consumara la eliminación en las semifinales de Copa del Rey ante el Celta. El público le aplaudió y salió a hombros de sus compañeros, pero, más tarde, saltó de nuevo al césped para despedirse de un Camp Nou vacío. Como técnico, tras preferir renovar de año en año porque sabía que el Barça crea ídolos a la misma velocidad que los destruye, anunció su marcha tras la eliminación ante el Chelsea en las semifinales de la Champions en 2012. Una despedida empañada por el precipitado anuncio de que el que había sido su segundo, Tito Vilanova, le tomaría el relevo. Algo que, al final, abrió una brecha entre los dos amigos que el triste fallecimiento de Tito dejó sin opción de cerrar.

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