viernes 19 abril, 2024
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Michael Bentt, el campeón mundial que odiaba el boxeo

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Michael Bentt perteneció al enorme grupo de personas que detestan la actividad que les da de comer, en su caso, el boxeo. Por extraño que parezca, no fue el primero ni será el último deportista que no disfrute de su trabajo.

Gabriel Omar Batistuta nunca adoró el fútbol, así como Andre Agassi confesó odiar el tenis. Sin embargo, ambos son leyendas cuando de sus habilidades y logros se habla, porque tuvieron lo necesario para destacar, como el propio Bentt.

El caso del púgil inglés, es la clara prueba de que la influencia de los padres es un arma de doble filo. Al box no se juega, y este pugilista siempre entendió dicha premisa. Lamentablemente, no tuvo más remedio que pelear, hasta que una desgracia lo hizo feliz, paradójicamente.

La cruda niñez de Michael Bentt, signada por el maltrato y el boxeo
Hijo de padres jamaiquinos, Michael Bentt nació el 4 de septiembre de 1965 en East Dulwich, Londres, Reino Unido. Aunque no le faltó escolarización y herramientas de estudio, no tuvo ni siquiera algo cercano a una infancia regular.

Bentt debió cargar su alma con las frustraciones de su padre, un ser humano ebrio de violencia, quien delegó a su hijo aquellos objetivos que jamás pudo lograr. Oprimió a su niño de principio a fin, sin siquiera interesarse en sus gustos y necesidades.

“Mi padre era un gran admirador de Muhammad Ali“, contó el ex deportista en el primer capítulo de la serie Losers. “Mis primeros recuerdos como niño, giran en torno al boxeo. Ver boxear a dos personas por el televisor me daba miedo, pero era una constante”.

“Bueno, mi papá era muy simple, y se expresaba con poco. Estaba en silencio, o desataba su ira. No entendía lo que era estudiar, porque no estaba en su vocabulario. Simplemente, quería que yo sea el próximo Ali“, continuó Mike en su relato.

“Fui a un gimnasio por primera vez cuando era niño”, explicó. “Boxeé por 9 meses. No me gustaba que me golpearan en la cabeza. A mi padre le importaba una mierda, porque quería que fuera boxeador. Necesitaba que viviera lo que él no había podido”.

Michael Bentt intentó alejarse de la actividad, y crecer de la forma más sana posible. Decidió plantearle a su papá la posibilidad de abandonar el arte de los puños, pero no obtuvo la contestación que deseaba.

“Un día me escapé de la escuela. Estaba nervioso. Iba a decirle a mi papá que dejaría el boxeo. Llegué a casa, y se lo dije cuando se sentó en el sillón. Fue hasta el televisor, arrancó la antena del mismo, y la usó para golpearme hasta el cansancio. Fue un episodio inhumano”, describió.

“No podía digerirlo”, reveló Bentt. “Mi papá no quería enseñarme, solamente le gustaba dominarme. El boxeo es un concurso de supervivencia primitiva entre pares. Gané el Golden Gloves cuatro veces, fui campeón nacional en cinco oportunidades. Eso es un récord, pero no lo disfruté”.

Michael Bentt se transformó en un profesional del boxeo

Lo que muchos sueñan, Michael Bentt terminó por vivirlo cual pesadilla dentro de un ring de boxeo. Vio el profesionalismo como una oportunidad, una soga que le permitiría escapar definitivamente del maltrato de su progenitor. No fue así.

“Nunca quise ser profesional, lo hice para salir de la casa de mi padre. Pensé que podía ser una estrella, ganar unas 25 peleas, y buscar a alguien importante. Perdí en mi debut. No existe nada más humillante para un boxeador, que perder por nocaut en público”, sinceró Bentt.

“Mi padre estaba ahí, y se volvió loco”, afirmó el británico. “Me gritó, me insultó, y ni siquiera lo habían noqueado a él. Llegué a odiarme, sentía lástima por mi mismo. Mucha gente hablaba mal de mí, pensando que no los oía. Me dejaban papeles en mi auto, con burlas y agresiones”.

Hundido en la depresión y en el resentimiento, Michael Bentt no hizo más que lastimarse a si mismo. Su vida cayó en picada, y el desorden tomó posesión de su cuerpo. Pretendió anestesiar su dolor con excesos, y tampoco le funcionó.

“Derrochaba mi dinero en chicas y clubes nocturnos. Quise tranquilizarme, pero encontré un arma en el departamento de mi hermana. La puse sobre mi boca, y no me animé a gatillar. Fue muy doloroso, no pude hacerlo, pero quería”, reveló Bentt, conmovido.

Michael Bentt aprovechó su oportunidad dorada

Después de una seguidilla de éxitos, Michael Bentt recibió el llamado a la inmortalidad en el boxeo, para sellar su nombre entre los afortunados que pudieron consagrarse mundialmente. Era en ese momento, o nunca jamás.

“Recibí un llamado de Evander Holyfield“, dijo el pugilista retirado. “Fui su sparring. El dueño de su gimnasio me vio, y reconoció mi gran nivel. Tenía algo para demostrar. Quería dar el gran golpe, y poder llenar mi vacío con lo que todos los campeones reciben”.

“Gané mis siguientes diez peleas, y me dieron la oportunidad de enfrentar a Tommy Morrison por el título mundial. Me tuvo arrinconado, y estaba jodido. Una voz en mi cabeza me dijo que siga. No podía regresar a mi tierra si me noqueaban”, expresó Bentt.

“Logré tirarlo a la lona en dos oportunidades, y la tercera fue la vencida”, declaró. “Levanté mis manos, festejé, y lancé mi protector bucal, ¿Ahora me aman? Si hubiera tenido la oportunidad de abandonar el boxeo, lo hubiese hecho. Nunca quise ser profesional”.

Bentt llegó alto, pero no tuvo lo suficiente para sostenerse en ese nivel
Incluso desde el lugar de campeón del mundo y con su cinturón en vitrina, Michael Bentt no se movía con seguridad en el negocio del box. Le costaba conseguir rivales, no estaba seguro de su continuidad, y su primera defensa terminó por ser su último baile.

“Para mi siguiente pelea, sabía que no tenía lo suficiente para sostener mi lugar de campeón de peso pesado. El poder de los puños de Herbie Hide era como meter un cuchillo en tun tomacorrientes”, describió Bentt.

“Me golpeó con una gran combinación, y perdí el equilibrio con un derechazo”, siguió. “Reboté sobre la lona, estaba desconcertado. Me desmayé, tenía el cerebro inflamado y tuvieron que inducirme al coma para que el cuadro no empeore”.

Por más increíble que suene, al progenitor de Michael Bentt no le interesó la salud de su hijo. Se preocupó más por el indeseable fruto de su última presentación, que por el enorme riesgo que corría la existencia del ya ex monarca completo.

“Mi padre le pidió al médico que me deje ahí, frío. Le ordenó que me dejen morir cuanto antes. Estuve 96 horas inconsciente, hasta que desperté y vi una luz. Me dijeron que no volvería a boxear, porque podría morir o quedar en estado vegetativo. Sentí un enorme alivio”, manifestó.

El renacer de Mike Bentt, no tan lejos del pugilismo

Si bien lo padecido a manos de Herbie Hide lo acercó a la muerte, Michael Bentt comenzó a sentirse más vivo que nunca. Lejos de ser una traba en su vida, fue la llave que le permite abrir cuanta puerta se le cruce, hasta el día de hoy.

“Ya no quería pelear”, reconoció. “No sabía por qué lo hacía. Dos años después de eso, compré una casa en Pensilvania. Me inscribí a un curso de redacción, y comencé a escribir para algunas revistas. Mi primer texto fue ‘Anatomía de un nocaut‘, y tardé tres días en escribirlo”.

“Actué de Sonny Liston en la película de Ali. Mi vida cambió totalmente en Los Ángeles, porque me sentía más cómodo. Entrené a muchos actores que interpretaron a boxeadores. Los boxeadores son grandes mentirosos que todo lo niegan”, narró Bentt.

“Por el contrario, el actor debe vivir ese dolor”, aclaró. “Crecí emocionalmente, y encontré mi lugar profesional. Lo más importante, sin duda, es asimilar el fracaso. Ser noqueado por Hide fue lo mejor que me pasó”.

“Sino, aún estaría en el papel de boxeador. Sufriría, tendría que dar una imagen y mostrarme en una faceta que jamás me gustó. A veces toma mucho tiempo encontrar tu sonido, y yo siempre estoy buscando quién soy. Eso está bien”, finalizó.

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