HACE RATO QUE la afición no plena las tribunas del estadio Pueblo Nuevo para ver en acción al Deportivo Táchira. UNO Y mil interrogantes en relación a este fenómeno; unos apuntan al poco espectáculo que brinda el equipo, la falta de jugadores que encanten la retina del fanático, y otros le echan la culpa a la televisión, producto de la serie de partidos que transmiten durante la semana, en mayor volumen los sábados y domingos, juegos pertenecientes a las principales ligas del mundo. SIN EMBARGO, respetando el criterio de cada quien, la verdad verdadera radica en que el ocho veces campeón nacional no juega bien, no ahora en la recién iniciada era del técnico Francesco Stífano, sino hace varios años. PARA TOMAR como referencia el último quinquenio o un poco más atrás, incluyendo cada plantel amarillo y negro que dirigieron Jorge Luis Pinto y Daniel Farías, estrategas con los que el equipo obtuvo la séptima y octava estrellas. INDEPENDIENTEMENTE LAS plantillas con que contaba el club en la era del técnico nacido en San Gil, Colombia, y en la época del venido al mundo en la primogénita Cumaná, superaban a la que tiene en la actualidad bajo su mando el señor Stífano, nunca terminaron por convencer a la afición, distantes del Deportivo Táchira de la década de los 80 y 90. LA SITUACION país, la falta de recursos económicos para cualquier actividad, de la cual no escapa el deporte profesional, en este caso el balompié, el no tener los dirigentes los dólares para contratar elementos de primer nivel, traen consigo que los equipos no agraden al aficionado. PERO, OBVIANDO lo que tiene que ver con el propio espectáculo, una de las razones fundamentales es la falta de dinero de un padre de familia para poder ir al estadio, pues si va con la esposa y por lo menos dos hijos, el capital sube una enormidad. A ESTO hay que sumarle el consumo en el estadio, precios demasiado onerosos, difícil de cubrir por cualquier mortal a estas alturas. PERO NO todo queda allí, también está de por medio el problema transporte, así sea en horario vespertino, la ausencia de unidades, trayendo consigo que el aficionado no pueda asistir, así cuente con los recursos. CUANDO SE ingresa al estadio y se colocan los ojos hacia las tribunas, da grima, ganas de llorar, graderías totalmente vacías, la presencia de un máximo de dos mil o un poco más de personas.
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LA PREGUNTA DE las cuarenta mil lochas, como decían nuestras abuelas: ¿Qué hacer para devolverle la confianza y la fe al aficionado para que regrese al estadio? ¿CUÁL ES la fórmula para que de nuevo el hincha entre en comunión con su “equipo del alma”, el mismo club que en el pasado reciente era su “adoración”? LOS TIEMPOS cambian, el fanático se cansa de que le metan mentiras, que lejos de ir a ver un buen espectáculo de fútbol, termina su ida al escenario en una pesadilla; por una parte, ante lo poco que enseñan los actores en el campo de juego y, por el otro, la agresividad de un minúsculo grupo de vándalos que, cuando no les gusta el partido, lo que según ellos fue un mal arbitraje y en fin, cualquier excusa para hacer del escenario una “caldera del diablo”. SON LOS propios dirigentes los que tienen la palabra, son ellos y nadie más que ellos los que están obligados a buscar los métodos para “encantar”, como en el pasado, al aficionado más exigente. CON JUGADORES nativos y foráneos que poco o nada muestren en el campo de juego no se enamora al soberano; es necesario invertir en elementos de cartel, como ocurrió en el pasado, con varios ejemplos: Moasir Fernández “Kafuringa”, un brasileño que hacía malabares con el balón; el colombiano Arnoldo Iguarán, el brasileño Carlo Julio Acevedo; el argentino Hugo Lizarraga; el uruguayo-venezolano Carlos Fabián Maldonado; el tachirense William Méndez, el hijo de la “Villa Heroica”, Laureano Jaimes, y en fin, tantos jugadores que hicieron de las delicias de los aficionados en el gramado del estadio Pueblo Nuevo, pero que ahora brillan por su ausencia. Y NO es que se menosprecie a quienes en la actualidad militan en las filas del ocho veces campeón nacional, sino simplemente no calzan los pergaminos de los que jugaron en el pasado, por el solo hecho de los costos. EN LAS décadas de los 70, 80 y hasta el 90, el precio de nuestro signo monetario en relación del dólar estadounidense era de 4,30, en la actualidad “un verde” gringo vale cerca de los 300 mil bolívares, algo impensable hace unos años. PESE A los problemas económicos del equipo en sus primeros años, la dirigencia se hacía a los servicios de jugadores de la Primera División de otras naciones, algo que no se puede hacer ahora, se contrata a elementos de baja monta, que por ende no tienen nada que mostrar en el terreno de los acontecimientos.
HACE QUINCE o veinte años eran dos y un máximo de tres los equipos favoritos a pelear el título y el circuito doméstico lo integraban apenas ocho o un máximo de una decena de conjuntos. PASADO EL tiempo, el campeonato nacional de fútbol profesional llegó a sumar hasta una veintena de combinados, bajando a 18 en la pasada temporada, donde por lo menos seis equipos tienen con qué pelear el galardón, que corrobora el aumento de practicantes del fútbol y por ende el nivel del jugador va en franco ascenso. HAY QUE agregarle también la participación de una cantidad de equipos en los torneos de la Segunda y Tercera División, y los miles de niños y jóvenes que practican la disciplina a lo largo y ancho de la geografía patria. CLARO, NO todo es malo en el acontecer del fútbol profesional en lo que a equipos se refiere, porque gracias al nacimiento de la Liga Profesional de Fútbol comenzó a despertar la disciplina a todos los niveles, fiel reflejo de ello la presencia de decenas de jugadores venezolanos en las principales ligas de América y Europa, amén de lo conseguido a nivel de selecciones, especialmente las categorías Sub- 17 y Sub-20, que ya han asistido a campeonatos mundiales. ES VERDAD que no se ha podido clasificar por primera vez a una Copa Mundo en categoría mayores, pero queda como aliciente que por fin Venezuela se pudo quitar ese estigma de “Cenicienta del Continente”, por lo poco o nada que representaban ante el mundo nuestros seleccionados.
(Homero Duarte Corona)