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Messi arrastra la melancolía por el Camp Nou y ni ganar lo alegra

Ni la victoria ante el Leganés ni, mucho menos, su doblete, le curan las heridas a Lionel Messi. Tras la tremenda cachetada que le soltó el PSG el martes pasado en la Champions League, la melancolía por la que transita el 10 no se la borra ni con marcar de penal en el último aliento del partido. Y eso que su tanto selló el triunfo del Barcelona cuando faltaban dos minutos para el cierre del duelo. Pero, él ni lo celebró. Incluso hasta se olvidó de su ritual: apuntar al cielo y dedicarle el gol a doña Celia, su abuela que lo llevaba de la mano a jugar a la pelota en la escuela de fútbol del club Abanderado Grandoli, en el barrio de Las Heras de Rosario. No había nada que gritar en la casa del Barcelona.
El Camp Nou estaba a punto de estallar. Ya se habían escuchado protestas contra Luis Enrique y André Gomes dejó la cancha envuelto en un mar de silbidos. En esas, con el reloj apretando al Barcelona, el argentino Mantovani tiró a Neymar en el área. Messi lo tenía claro, no era el momento para hacer altruismos con su amigo brasileño, que esta temporada ando medio peleado con el gol. Cazó la pelota y se puso, sobre sus hombros, la responsabilidad de la Liga. Pateó con rabia, si la pelota no entraba el Barça se despedía de la Liga en la misma semana en la que el PSG lo dejó con un pie y medio afuera de la Liga de Campeones. El Camp Nou respiró; Messi, no.
No sorprendió la reacción del 10. Cuando el partido todavía se estaba sacando las lagañas de los ojos, Messi abrió el marcador. Fue tímido el festejo del 10, que sólo se limitó a agradecer a Luis Suárez por su excelente pase con el empeine de su botín derecho.
En el gol de penal, ya no hubo más dudas: la noche no estaba para festejos. “No he visto si Leo ha celebrado o no el gol”, se limitó a decir Luis Enrique. El siempre prudente Iniesta, en cambio, ejerció de capitán y volvió a tomar la palabra frente a los micrófonos (ya lo había después de la derrota ante el PSG). “No tenemos que sacar más cosas de dónde no las hay”, pidió el volante español; “venimos de un resultado nefasto. Somos seres humanos y las cosas también nos afectan”.
Los enojos de Messi, cuando todo se tuerce, son conocidas, sobre todo en el Camp Nou. El 10 se enganchó con Guardiola, cuando las cosas dejaron de funcionar; también con Luis Enrique, cuando el asturiano no daba pie con bola en el inicio de su primera temporada al mando del Barça. Hoy, el problema del rosarino no es Luis Enrique, tampoco su contrato, que se vence en junio de 2018 (antes del Mundial de Rusia). El 10 quiere lo que quiso siempre: ganar. Y a este Barcelona, que hace rato se empezó a olvidar de su esencia futbolística, se le están empezando a atragantar los triunfos. Y Messi no soporta perder.
En la directiva azulgrana saben que el rosarino quiere quedarse en Barcelona. Sin embargo, saben (mucho mejor todavía) que al 10 no se lo tienta sólo los billetes. Messi quiere un proyecto deportivo que le garantice luchar por títulos. “Las cosas con la renovación de Leo van bien. El socio tiene que estar tranquilo”, dijo el presidente del Barcelona, Josep Maria Bartomeu. Ocurre, en cualquier caso, que el mandamás del Barça todavía ni se sentó a charlar con Jorge Messi, que anda por Barcelona.
Decía Pep Guardiola que la clave de su Barcelona consistía en la felicidad de Messi. Tiene trabajo Luis Enrique, porque el crack anda medio cabizbajo. Hasta ni tiene ganas de gritar los goles. Y cuando el 10 se entristece, tiembla el Camp Nou.
(Vía Cancha Llena)

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