El nivel está todavía muy lejos del que las cuatro estrellas que lleva en la camiseta le imponen, pero Italia ante Polonia al menos volvió a mostrar su gen competitivo. El empate a uno complica la aventura en la Nations League, aunque deja datos importantes para el inmediato futuro de la Nazionale.
La Azzurra de la primera mitad fue una de las peores de los últimos años, que ya es decir. Las elecciones de Mancini, que se estrenaba en un partido oficial en el mismo estadio en el que lo hizo como futbolista, no le dieron la razón: Balotelli estuvo desconectado, Gagliardini y Pellegrini no encontraban su sitio. Los polacos, que también empiezan una nueva era con Brzeczek en el banquillo, tuvieron las ideas muy claras y aparecieron ya muy distintos del decepcionante conjunto que vimos en Rusia: defendían con orden, presionaban con agresividad y hacían daño con los contragolpes.
Donnarumma evitó dos veces el 0-1 ante Zielinski y Krychowiak, pero se tuvo que rendir en el 40’, cuando el mediocampista del Nápoles sí le batió. Lo hizo gracias a un regalo de su amigo Jorginho, expartenopeo, que perdió dos veces el balón delante del área y se lo acabó entregando a Lewandowski, cuyo delicado centro encontró perfectamente al compañero. Las únicas señales de vida azzurrI llegaban desde los pIes de Bernardeschi, que sin embargo desperdició una buena ocasión chutando fuera después de un error garrafal de la zaga rival.
La cosa iba mal y Mancini hizo cambios que esta vez le funcionaron. Fuera Pellegrini, Balotelli e Insigne, dentro Bonaventura, Belotti y Chiesa: los tres le dieron más vida a la delantera y justo el extremo de la Fiorentina protagonizó la jugada decisiva, forzando un dudoso penalti por una dura entrada de Blaszczykowski. Jorginho, con un salto-paradinha, engañó a Fabiański y puso las tablas en el 78’. Allí Italia se vino arriba y, con más confusión que fútbol, hasta buscó la remontada. Habría sido demasiado para su actuación: en Portugal, el lunes, hará falta mucho más.