La otra cara de la final. Un chico aficionado al equipo observa melancólico el festejo del Zulia. (Foto/Jorge Castellanos)[/caption]Más allá de lo deportivo, el miércoles en Pueblo Nuevo ganó el espectáculo. No hay reproches en una noche que fue pletórica para el fútbol. Dos rivales que se dieron íntegros en la cancha y una afición noble, que mostró su lado solidario y civilizado a pesar del resultado, crearon una atmósfera única en la que el Zulia FC terminó coronando su histórico doblete, al vencer al Deportivo Táchira en la definición desde el punto penal, tras igualar el global 2-2.
La fuerza de la consigna #Vamosporlaremontada, que se replicó constantemente desde el domingo a través de las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales, se materializó con un Polideportivo prácticamente a reventar, al registrarse la presencia de más de 33 mil personas.
Los acontecimientos que se desencadenaron en los días previos al compromiso, como la tragedia del Chapecoense y el anuncio del fin del ciclo de Carlos Maldonado en el banquillo aurinegro, se añadieron como ingredientes especiales de una noche altamente emotiva.
Todo se desarrolló dentro de lo planificado. La fiesta en Pueblo Nuevo comenzó temprano la tarde del miércoles, con la masiva peregrinación de aficionados, algo que no se veía desde la última final, en mayo de 2015, cuando el conjunto atigrado, bajo el mando de Daniel Farías, bordó la octava en la finalísima frente a Trujillanos.
Pero el lleno del miércoles se remontó a la época de la 2007-2008, cuando, justamente bajo la dirección de Carlos Maldonado -en su primera pasantía como técnico titular-, se registraron más de seis llenos consecutivos en la campaña que terminó llevando a la consecución de la sexta estrella. Aunque esta vez el sueño de optar por la novena se quedó a medias.
Con la sensibilidad a flor de piel, los actos protocolares tuvieron como principal motivo al club Chapecoense, cuyos colores distintivos -blanco y verde- pintaron la noche sancristobalense al soltar un ramillete de globos que se elevaron lentamente al cielo, como plegarias por cada una de las vidas que cobró el trágico vuelo accidentado en las cercanías de Medellín, mientras se interpretaba el toque de silencio, ante el mutis absoluto de todo el estadio.
La frase “Fuerza Chapecoense” rotó permanente en las pantallas led dispuestas frente a la popular central, por lo cual la competencia misma sirvió de tributo a los caídos, que serán recordados como eternos campeones.
En honor a ese espíritu deportivo, Táchira saltó al terreno con la convicción de remontar el 2-0 de Maracaibo, algo que lograría parcialmente al cabo de los primeros 45 minutos, cuando con dianas de Yúber Mosquera y Jan Hurtado emparejó el global de la serie, para luego ir por más en una segunda parte estéril en goles, más allá de las incontables opciones para ambos.
Finalmente sería la injusta, para algunos, lotería de los penales la que decantaría al nuevo campeón, una serie agónica que agotó sin éxito los cinco turnos ordinarios, muestra de la gran resistencia que ponían un equipo y otro a morir.
En la muerte súbita, Zulia logró marcar, mientras que Carlos Lujano, el central que adelantó su regreso pese a una lesión para jugarse el partido de su vida, sería el condenado a errar por Táchira, para dejar el 6-7 definitivo que coronaría al cuadro petrolero como nuevo campeón.
El cobro fallido del central tachirense desató el desalojó voluntario e inmediato de los miles de aficionados de las tribunas, que pese a su frustración se retiraron en calma, sin gritos, sin pitas, sin insultos, respetando la alegría del ganador, premiado en la intimidad de un estadio casi vacío.
La vivencia de los 90 minutos quedará como una anécdota, pero además como la certitud de un Táchira siempre grande, comprometido con la causa triunfadora y en esta ocasión con un técnico ídolo de generaciones, que se despidió entre aplausos de una hinchada que lo idolatrará por siempre, independientemente de las victorias o las derrotas. (MJS)
Ganó el espectáculo
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