Parece que fue hace una vida pero no es tanto: Pablo Armero la rompía en la Selección Colombia, en el ‘Mundialazo’ de Brasil 2014, era el alma de la fiesta, el referente del baile en la cancha, la chispa del equipo de José Pékerman.
En la memoria vivirá siempre el gol que le marcó a Grecia en el triunfo que abrió el camino para la Copa Mundo más feliz de la historia de Colombia.
Pero aquel año nuevo pareció condenarlo para siempre pues, desde entonces, el lateral izquierdo que parecía tener la energía suficiente para ‘tragarse el mundo’ fue pasando de las portadas de los diarios deportivos a las páginas judiciales, cortesía de sus problemas de disciplina y su fatal gusto por el alcohol.
Armero pesaba poco en el Napoli, hay que decirlo, cuando le llegó el Mundial de Brasil que le cambió la vida. Después fue cedido al West Ham de Inglaterra: del Calcio a la Premier League, un nuevo comienzo para firmar su revancha deportiva.
No se adaptaría y deambularía entre Napoli, Udinese y Milán sin mayor protagonismo, hasta que llegó el primer escándalo.
‘Minia’, como le dicen sus amigos, fue detenido por la Policía de Miami en mayo del 2016 tras ser denunciado por su esposa, María Elena Bazán, por violencia intrafamiliar. La madre de sus dos hijos fue golpeada y perdió su cabellera. La imagen de Armero ‘en pijama naranja’ iría borrando el recuerdo de sus días felices vestido con la camiseta de Colombia.
Seis meses después protagonizó un escándalo en Colombia, al tratar de subirse borracho a un avión que se diría a Cali. Cuando intentaron grabarlo se puso furioso y armó un tremendo lío, hasta que los propios pasajeros pidieron que lo bajaran de la aeronave.
A todo esto, pasaba por Flamengo de Brasil, lo que, tras su experiencia en Palmeiras (2010), sonaba a una nueva oportunidad encarrilaría su carrera. No pasó nada y acudió Bahía en su ayuda, con más dudas que otra cosa.
Tampoco habría buenos resultados allí y América, el club que lo vio nacer, le lanzó un último flotador en 2018 con ganas de ayudarlo a él, aunque no hubiera gran expectativa de que él pudiera hacer lo propio con el club. Tanta fe le tenían que hasta José Pékerman le dio una pequeña posibilidad de volver a la Selección Colombia, que él desaprovechó. Ya no tenía la chispa de 2014…
Y en América, de nuevo el escándalo: En el Festival Petronio Álvarez se dio una tremenda borrachera y así, en pésimo estado se presentó al entrenamiento. Otra puerta se cerró. Tal vez la última.
Ante la realidad de no tener mercado, aparecía el CSA en 2019 como el último vagón de un tren que amenazaba con dejarlo: un escándalo de indisciplina, también relacionado con licor, lo sacó a él y a su compatriota Andrés ‘Manga’ Escobar por la puerta de atrás. “Somos seres humanos y desafortunadamente no tuve una segunda oportunidad para poder probar mi valor para el equipo”, diría en aquella ocasión.
Una tarea de empresario más que nada lo ubicaría en Guaraní, donde jugaría su último partido oficial en julio de 2019. Desde entonces, por más que ha intentado ubicarse, ya todas las puertas parecen estar cerradas.
El tedio, el ocio o él, simplemente él y su complejo carácter, lo llevó este fin de semana a un nuevo escándalo, esta vez por negarse a someterse a un control de alcoholemia, cuando un retén policial lo detuvo en las vías de Cali. El mismo aspaviento de sus celebraciones se vio en medio de la diligencia, donde no atinaba a responder las preguntas de los oficiales, solo se movía de lado, como en sus mejores días en la cancha pero sin rumbo, sin norte, perdido.
Armero tiene 33 años, una edad en la que bien puede firmarse un último contrato, un par de temporadas más antes de decidir el retiro. Pero la indisciplina lo ha ido marginando al punto de colgarle el rótulo de ‘problema’ y no el de ‘refuerzo’. El fútbol lo dejó a él y él también al fútbol el día que volvió a Bogotá y se trepó a la tarima para hacer su último baile de gloria. Como Penélope, la de Serrat, se quedó allí estacionado, esperando el tren que ya no habrá de llegar.