Los 40.000 espectadores que este viernes poblaron las gradas del estadio Olímpico de Río podrán contar a sus descendientes que vivieron un momento sobrecogedor: el adiós olímpico del velocista más grande de todos los tiempos.
Sólo el transcurso de los años marcará las colosales dimensiones de Usain Bolt, la figura más carismática del atletismo que recuerda la generación actual, que besó la pista azul del estadio, agradeció al cielo sus prestaciones y posó para los fotógrafos, brazos en cruz, imitando al Cristo Redentor de Corcovado, después de consumar su triple-triple con el triunfo de Jamaica en el relevo 4×100.
Nueve medallas de oro olímpicas, tantas como Paavo Nurmi y Carl Lewis, y once mundiales elevaron a definitivo su estatus de leyenda viva no sólo del atletismo, sino también del deporte universal.
Su porte majestuoso, su zancada imperial, que obliga a sus rivales a dar dos pasos por cada uno suyo, su eterna sonrisa y su vocación innegociable de showman quedarán para siempre en la retina de los espectadores que tuvieron el privilegio de asistir a su última demostración olímpica.
“Me estoy haciendo viejo”, había comentado la víspera después de obtener su última victoria olímpica individual, la de 200, sin acercarse a su récord mundial (19.19). Con 34 años -piensa- no estará ya en condiciones de mantener su mágico nivel en los Juegos de Tokio 2020.
Los gritos de “U-Sain-Bolt” resonaron en el estadio de Engenhao para premiar la exhibición final del rey del esprint, que se demoró media hora sobre la pista envuelto en la bandera jamaicana, con fondo musical de reggae, firmando autógrafos, posando para selfis, como si se resistiera a dar el último paso, a llevar a cabo su definitivo mutis por el foro.
Nunca ocultó que trabajaba para convertirse en una leyenda del rango de Mohamed Alí o Pelé. Un día antes de cumplir los 30 años, algo que sucederá este domingo, cuando se extinga la llama olímpica en el pebetero de Maracaná, Bolt ha derribado, definitivamente, las
puertas de la gloria.
Bolt ha completado dos ciclos olímpicos sin conocer la derrota más que ante sí mismo en grandes campeonatos. Su único fallo fue la salida falsa que le costó la eliminación en la final mundialista de Daegu 2011.
Llegó a la capital carioca con cuatro tripletes en campeonatos globales, seis oros olímpicos y once mundiales, dejando escapar una sola presea dorada, la del mundial surcoreano, durante los últimos ocho años.
Car Lewis, que en su época llegó a tener un carisma semejante, aconseja a Bolt que no se precipite a la hora del adiós, que lo haga sólo “cuando esté listo, ni un segundo antes”, porque también Michael Phelps se fue dos veces y otras tantas regresó para seguir siendo el mejor nadador de la historia.
Trece años después de darse a conocer con su victoria en los Mundiales juveniles de Sherbrooke (Canadá) y su récord mundial júnior (19.93) la temporada siguiente, Bolt deja huérfano al atletismo olímpico, que difícilmente encontrará una figura publicitaria de su categoría, capaz no solo de ingresar 23 millones de dólares -según Forbes-, sino de encandilar a medio mundo.
El triple-triple olímpico, jamás conseguido antes, sitúa a Bolt a la cabeza de los mitos del rey de los deportes.
(EFE)
Con el adiós de Usain comienza la leyenda
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