El Sapito Coleoni se crió debajo de la tribuna de Talleres y era el crack del equipo, pero no crecía. Le hicieron tratamientos insólitos. Terminó de taxista. “Más chico hubiera sido enano de circo y más alto jugaba en Europa”, dice. Ahora vive su revancha como entrenador. Asì lo reseña El Clarín de Argentina.
Lo primero que ofrece Google al escribir Sapito Coleoni en el buscador es “Sapito Coleoni altura”.
Son 161 centímetros con una alta historia detrás. Le decían que iba a ser mejor que Maradona, fue la “mascota” de Talleres en la época gloriosa del club y le hicieron tratamientos increíbles para intentar que creciera al menos unos centímetros. La frustración de no cumplir aquellas expectativas lo llevó a manejar un taxi. La revancha llegó como director técnico.
Dice que tiene más millas que Marley: arrancó a dirigir en Racing de Córdoba, hizo escalas en Gimnasia de Mendoza, Juventud Antoniana de Salta, Juventud Unida de San Luis, Central Norte de Salta, Talleres de Córdoba, Guillermo Brown de Puerto Madryn, Sportivo Patria de Formosa, Ramón Santamarina de Tandil, Ferro y ahora disfruta de las mieles de Primera División en Central Córdoba de Santiago del Estero.
Experto contador de chistes, estudió psicología en la Universidad de Córdoba, trabajó en televisión, es campeón de billar casín y lleva siempre un taco en el baúl aunque en Santiago del Estero no haya ni una mesa para jugar.
—¿Qué te hicieron para intentar que crecieras?
—Uh, de todo, hermano. Es que con eso que decían que yo iba a ser Maradona intentaron varias cosas. Primero me colgaban con sogas de unos ganchos de esos para hacer abdominales y me ponían una pesa abajo. Me dejaban horas ahí. Debía tener 12 años. También me acostaban en una mesa de masajes, me ataban los pies y me estiraban el cogote… Ellos decían que tanto estirar en algún momento iba a hacer taca, un tope y no iba a volver más, qué se yo. Después vamos al doctor para que me diera hormonas. El tipo, no me olvido más, no quería poner en juego su licencia, imaginate en ese tiempo… Las terminó pagando mi viejo, valía 25 dólares cada inyección. Las traían de Italia y las compraban en Estados Unidos. Eran hormonas de mono. Si hasta tenían miedo de que me salieran pelos… Fue como el tratamiento que le hicieron a Messi, pero nada que ver, flaco; lo de él es la excelencia. Imaginate 40 años atrás, era otra época. Yo digo que nací para ser seco, porque más chico hubiera sido enano y laburaba en el circo y más alto jugaba en Europa.
—¿Te llegaste a frustrar por no poder concretar todo lo que se decía de vos?
— Mucho, hermano. Fue muy duro. Por eso anduve por todos lados buscando la posibilidad de jugar. Me fui a Perú, hice cada cosa. Viajé desde Catamarca con unos viejos en una camioneta que llevaba repuestos de contrabando y nos dimos vuelta, volcamos en la frontera… Quedamos empantanados en la nieve, en Copiapó, tres viejos y yo. ¿Sabés lo que pasaba, hermano? Yo no quería estar en Córdoba. Yo no quería volver porque todo el mundo me preguntaba “¿qué pasó con vos, Sapito?”.
—¿Qué estilo de taxista eras?
—Naaa, no conocía nada. Decir que era taxista es una falta de respeto. Me juntaba las 2 de la tarde en la plaza con los demás que iban tirando: “hice 500 pesos”, “hice 700” y yo ni quería hablar, debía tener 150 pesos. Iba en un Dacia, siempre por Barrio Jardín, daba vuelta por un par de manzanas. Todos decían “ahí va el Sapo, ahí va el Sapo”. Y otra vez la misma historia: “¿Qué pasó con vos?”, “¿Por qué no llegaste a Primera?”. Me costó mucho salir de esa de esa frustración.
Desde los 4 años vivió dentro de una cancha, la de Talleres de Córdoba. Allí su papá tenía la concesión del buffet del club y ahí tenía su hogar la familia Coleoni.
El Sapito se crió pateando la pelota contra las tribunas de la T, escuchando a Angel Labruna y Adolfo Pedernera y haciendo jueguito en los entretiempos de los partidos. Decían que estaba destinado a ser el sucesor del Rana Valencia, su ídolo. “Yo digo que a pesar de medir lo que mido, a pesar de no haber hecho una carrera importante como futbolista, pienso que todo lo que viví en mi crianza, en esos vestuarios por los que pasaron genios del fútbol, me sirvió para ahora ser técnico y tener casi 500 partidos dirigidos. Mirá que no es fácil ser un enano y dirigir todo lo que dirigí, lo tengo claro. Pero a lo mejor no pude jugar en Primera por esto. Dios me sacó y me dio”.
En Talleres se mandó la travesura más grande que recuerda: se robó todas las camisetas del plantel profesional.
Justo unos día antes de tomar la comunión, cuando le decían que mejor se tenía que portar porque debía confesarse ante el cura, sacó una copia de la llave de la utilería y entró junto con un amigo a la noche, cuando ya no había nadie. Sacaron todas las camisetas, las metieron en un tarro grande de helado y las enterraron en un baldío de enfrente a la cancha.
“El utilero se dio cuenta cuando vio a uno de mis amigos con una media Adidas -recuerda Coleoni-. Y ahí con toda la cosa esa de la comunión, que te hacen creer que tenés que ser un santo, fui a buscar a mi papá y le dije, ‘papi, he pecado’. Imaginate, mi viejo trabajaba ahí en el club, me quería matar. Fuimos con los utileros hasta el baldío y tuvimos que empezar a cavar y cavar hasta que rescatamos las camisetas”.
—¿Hay mucho chamuyo en el fútbol?
—Uff, olvidate. Está muy bien prepararse, acá por ejemplo tenemos todo: les pasamos las imágenes, les pasamos los videos nuestros, el de los rivales, pero yo escucho hablar algunos… Te dicen, de este tarro de miel, te dicen “este es un recipiente que contiene un líquido y ese líquido tiene un color así y se llama miel, y la miel la hace la abeja”. Y todos los periodistas dicen “ahh qué bien, mirá cómo sabe que la hace la abeja”. No los quiero nombrar pero hay varios de estos, eh. Es más simple todo. Te tenés que preparar, está claro. Pero paremos un poco. Yo no inventé la pólvora. Todo empieza y termina en un gesto técnico, acá y en la China. Por más que tengas 4 drones, si un vago le pega de cara interna la clava en el ángulo y si le pega mal se va afuera.
—¿Y tu receta cuál es?
—¿Sabés quién me gusta? El Turco. Mohamed, me gusta. Es una mezcla de sabiduría y bohemia. Y ojo que bohemio no es rascarte los huevos. Aparte hoy no podés. Porque el dirigente también creció y quiere saber los recursos que usás, cómo te llevás con los jugadores. Y lo que a mí más me vende es el jugador.
—¿Y qué diferencias encontraste en Primera?
— A nosotros nos costó. Fijate que Arsenal ascendió un mes antes y pudo armarse. A nosotros nos quedó un tiempo muy corto para definir el plantel. Yo traje 20 jugadores, al que corría rápido lo traía. En Primera es ésa la diferencia. Porque vos decís “traé a ese jugador que la hace bosta, que juega bárbaro”. Pero si vos jugás bien y no tenés intensidad, cagaste. Entonces empatame la intensidad que yo después me encargo tácticamente. No puedo perder de arranque 1-0 porque tengo un jugador que es más lento. No se gana 2 vueltas a la cancha a 0, pero en Primera la velocidad es determinante. En el fútbol de hoy está lleno de buenos jugadores pero se prioriza la intensidad. Algunos equipos intentan jugar más, como Vélez o Defensa… Racing es una buena mezcla, me gusta. Y el único distinto es River que son Mini Cooper con técnica.
—¿Está haciendo mucho calor en Santiago?
—Uff, es bravo. A las 4 de la tarde explotan los gorriones, hermano.
Será la octava final del Sapito
Hasta hace un par de años, hablarle de finales era un karma para Coleoni. Es que recién la sexta fue la vencida para el Sapito. “Lo primero que pensé fue: ‘al fin se me dio’. Es que sino tenés un estigma y no se valora todo lo que hiciste”, recuerda el DT sobre el ascenso de Central Córdoba de Santiago del Estero a la B Nacional en 2018 tras vencer en el juego definitivo a Defensores de Belgrano de Villa Ramallo.
La curva ascendente lo encontró al año siguiente en la máxima categoría. En la final del Reducido le ganó por penales en Junín a Sarmiento y así el Ferroviario se empezó a codear con la elite del fútbol argentino.
Antes de estas dos finales con final feliz, hubo otras cinco en la carrera del cordobés.
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