Es uno de los personajes más importantes en la historia del fútbol italiano. Sin embargo, hubo un momento de su vida en el que le prohibieron jugar a la pelota, que era lo que amaba, lo que le colmaba sus adentros.
Esa que ya amaba cuando tenía siete años y su padre murió en la Primera Guerra Mundial. Su madre le prohibió el balompié y le escondió los zapatos con los que jugaba, pero él luchó para dedicarse a lo que adoraba.
Cuando tenía 12 años, Giuseppe Meazza le hizo una huelga de hambre a su mamá, hasta que le permitiera volver a jugar fútbol. Y lo logró y nunca más se alejó de su amado balón. De hecho, creó su propio juguete con trapos. Era feliz.
Y lo fue aún más cuando dejó de jugar por los barrios de Milán e ingresó al Gloria F.C., tras ser rechazado por el AC Milan, cuyo rival eterno, el Inter de Milán, terminó siendo uno de los amores de su existencia.
Su leyenda
En las divisiones inferiores del Inter brilló con sus goles, gambetas y asistencias. Tanto, que un entrenador del club solicitó que lo pasaran de una vez a primera división. Y con 17 años debutó como profesional.
Conquistó tres títulos de Liga con el Inter, mientras también jugaba para una selección italiana con la que disputó dos mundiales: Italia 1934 y Francia 1938. Los ganó ambos, siendo figura y reconocido por ese entonces como uno de los mejores jugadores del mundo.
“Solo tengo 2 amores: mi madre y los goles”, dijo alguna vez el hombre que de a poco iba perdiendo su velocidad y su efectividad en el ataque. Terminó yendo al Milan y Juventus, antes de pasar a Varese y Atalanta y de regresar al Inter, con el que se retiró.
Después, Meazza fue un entrenador sin mucho éxito en Italia y Turquía. Y falleció el 21 de agosto de 1979, hace exactamente 43 años, en Lissone, tras padecer un cáncer de pulmón. Su legado continúa siendo eterno.
“Vamos al Giuseppe Meazza”, dicen en la actualidad los hinchas del Inter, en referencia al estadio donde ofician de local.