Caterine Ibargüen Mena, la niña que no quería crecer más, para no distinguirse sobre sus compañeras de colegio, ha crecido hasta convertirse en la mejor atleta mundial del año, un reconocimiento oficial de la IAAF que compartió con el keniano Eliud Kipchoge.
Nada más pisar, este lunes, territorio monegasco, por cierto sin su perdida maleta, Caterine se manifestó dispuesta “a demostrarle al mundo -dijo- de lo que somos capaces los colombianos”.
El deporte colombiano, en pleno auge, continúa agigantándose: desde este martes tiene una nueva referencia mundial en esta antioqueña de 34 años que estuvo a punto de abandonar el atletismo con 24 pero que fue felizmente rescatada en 2008 por el entrenador cubano Ubaldo Duany, el mismo que rige todavía sus pasos.
Nacida en el barrio obrero de Apartadó, Caterine tuvo “una pobreza feliz”, según sus palabras, y soñó con ser bailarina hasta que su físico poderoso le permitió sobresalir en deportes como el voleibol antes de recalar en el atletismo.
Fue una niña de escasos recursos que se fue a vivir con siete años a la casa de su abuela Ayola Rivas tras la separación de sus padres. “La influencia de mi abuela fue muy importante en mi vida, fue la persona que estuvo ahí desde el principio cuando empecé a entrenar, con ella tuve una infancia feliz”, recuerda.
Probó fortuna en carreras que iban de la velocidad al mediofondo, pero la entrenadora cubana Regla Sandrino la condujo en Medellín, cuando tenía 14 años, al salto en todas sus versiones: longitud, altura y triple.
Ibargüen pasó inadvertida en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 (eliminada en la calificación de altura con un salto de 1,85), no se clasificó para los de Pekín 2008 y amagó con dejar el atletismo con sólo 24 años.
Se graduó de enfermera en la Universidad Metropolitana de Puerto Rico, y allí, en 2008, fue recuperada para el atletismo por el doctor Ubaldo Duany, que la hizo olvidarse del salto alto para convertirla en la mejor saltadora de triple del universo.
Un salto triple de 15,17 metros le dio el oro olímpico en Río 2016, cuatro años después de haber ganado la presea de plata en los de Londres.
Desde aquella final olímpica londinense, Caterine encadenó 33 victorias consecutivas en alta competición. Ganó la liga de Diamante de la especialidad de triple en 2013, 2014 y 2015, los títulos mundiales de Moscú 2013 y Pekín 2015, y alcanzó su actual récord personal (15,31) el 8 de julio de 2014 en Mónaco. Sólo perdió en Birmingham, el 5 de junio de 2016, otra vez ante la kazaja Olga Rypakova, la misma que le había privado del oro en Londres 2012.
Caterine, amante del vallenato, tiene un tipo privilegiado, por su combinación de potencia y agilidad, para los saltos: 70 kilos y 1,81 metros de estatura. Ahora, en plena madurez con 34 años, ha escalado los muros de la gloria.
El atletismo latinoamericano sólo había sido distinguido una vez con el trofeo que reconoce la máxima excelencia mundial del año. Han transcurrido 29 años desde que la ochocentista cubana Ana Fidelia Quirot recibió en 1989 el premio en compañía del vallista estadounidense Roger Kingdom, en la segunda edición de los premios.
Su trayectoria la avalaba como favorita: campeona de la Copa de Mundo, ganadora de la Diamond League tanto en triple como en longitud (con sólo 24 horas de diferencia), campeona centroamericana y del Caribe en ambos saltos, invicta en sus ocho competiciones del año en triple.
Era la quinta vez que el nombre de la multisaltadora antioqueña figura entre las candidatas del trofeo a la Mejor Atleta Mundial del Año. Fue aspirante en 2013, 2014, 2015 y 2016, y regresaba ahora, ya como una de las cinco finalistas, después de su ausencia en 2017, cuando en su camino se cruzó la venezolana Yulimar Rojas para alzarse con el título mundial en Londres.
El año próximo, en los Mundiales de Doha, tendrá una sola misión, recuperar el título mundial que obtuvo con un salto de 14,85 metros en Moscú 2015 y cedió a Yulimar en Londres 2017.